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29 ago 2011

CONVERSACIONES CON E. G-C


Por H. Ortega-Parada

         Sin duda, mis contactos literarios con el poeta constituyen un capítulo importantísimo en mi quehacer intelectual y espiritual.
         Lo conocí en 1977 en la Biblioteca Nacional. Grabé el audio de una charla que él ofreció en el taller de Miguel Arteche como una introducción al surrealismo. Después, a fines del año siguiente, integramos la legión de escritores noveles y consagrados que llegó hasta la tumbra de Gabriela Mistral, en Montegrande.
         Todo un varón de noble estirpe, por su inteligencia, sencillez y caballerosidad.
         El hombre que había sido sorprendido por la violencia extrema de la naturaleza en su infancia, estaba recibiendo en esos años el ataque descreído de la dictadura. El sagaz diplomático, el abogado que ganaba grandes juicios en defensa de los trabajadores del cobre, era mutilado virtualmente y obligado al silencio. Pero nadie podía cercenar su brazo poético, su libertad de pensamiento. ¿Nadie? En efecto, nadie. Salvo la Naturaleza. Marzo de 1985, gran terremoto en las regiones de Valparaíso y Metropolitana (8,5º Richter). Gómez-Correa, agotado por la calamidad política, terminó derrumbándose. No hay dos opiniones: de inmediato, entre un día y otro, quedó inválido, sin movimiento y fue internado en la Clínica Boston. En el ámbito de la cultura, un viento huracanado: Enrique se muere. Converso con Wally, su esposa, y expreso mi deseo de visitar al poeta. Bajo ciertas restricciones lo visito varias veces y allí, grabadora en mano, registro  el valor de su intelecto y su perseverancia poética.
         "En el fondo yo soy un anarquista. Un anarquista muy libre, que no anda poniendo bombas pero que quiere, a lo más, que el pensamiento no tenga ninguna clase de amarras; incluso en la vida misma. Yo creo en una plena libertad."
         Enrique había hecho suya la ambición de conseguir la "solidez compacta del ser", anunciada por Hegel.
         "Eso se identifica conmigo mismo. Esa solidez compacta es una confrontación de mi alma en su conjunto con mi manera de ser."
         ¿Cómo podía un ser ordenado y pulcro, adicto a la ley, crear tanta poesía libre?
         " Yo puedo manejar el pensamiento, incluso el pensamiento cartesiano, de una manera racionalista y muy calculada; pero, cuando yo escribo mis textos poéticos, a la primera palabra se me arranca el lápiz y ya lo que pensaba hacer se me evade y es otro, es un otro el que escribe."
         ¿Hay visiones o hechos de su infancia que hayan marcado su vida de adulto?
         "Sí. Hay un hecho que en la infancia me marcó mucho... Y es el haber presenciado, no sé si de cerca o de lejos, pero lo presencié, el suicidio de un minero que se colocó unos cartuchos de dinamita en la boca y los encendió; y, naturalmente, que se desparramó todo el cuerpo. Es un hecho que no he podido olvidar jamás, por su violencia. Yo debo haber tenido unos cinco o seis años de edad. Fue en Talca."
         También la ciudad natal fue cubierta por una gruesa capa de cenizas cuando estallaron volcanes ahí cerca, en la cordillera. Corresponencia ciega: poesía explosiva.
         El amigo de Breton, Magritte, Peret, Granell, Cailloir, Hérold, y tantos otros poetas, críticos y pintores europeos, conformó en Chile un trío espectacular de nuestra literatura, con Teófilo Cid y Braulio Arenas. Fundadores del movimiento Mandrágora, que si bien como escritores no trascendieron al grueso público, consolidaron y dieron sentido al pensamiento puro del surrealismo en Chile.
         "Escribo porque es la manera más natural que tengo de realizarme, de expresarme... Todo está reafirmado en la realidad e incluso es una manera de realizar mi fantasía; en todo caso, todo mi ser."
         Su modo escritural avala la autenticidad de su obra. Contra la crítica que depuso el dictado automático, palanca de fuerza de los primeros mandatos bretonianos, Enrique Gómez-Correa desarrolla su propia técnica para describir lo real con el pincel del azar. Es decir, coloca la voz libre del interior para realzar y ennoblecer lo cotidiano. Es la voz que emana del espacio que va del inconsciente al consciente; en verdad, algo distinto. Allí libera las imágenes que se recubren de palabras. En efecto, sus textos pasaban a la imprenta casi sin correcciones.
         " Así cortadas las amarras
           El barco partió sin rumbo conocido."
         Enrique, mediante su voluntad, deshechó la presencia de esa bellísima dama blanca que lo invitaba a seguirla, en las noches de la Clínica Boston, y vivió lúcido de sus asuntos y en su capacidad creativa. Estuvo en medio de su biblioteca durante diez años más. Llegó, incluso, a caminar trechos cortos. Y lo que nunca había pedido en su vida, llegó solo: la Medalla al Mérito Literario, creada especialmente por la Municipalidad de Santiago, en abril de 1995. El 28 de julio se "torna invisible", según su propia expresión.
         En aquel decenio, nunca dejé de saludarlo personalmente en sus cumpleaños y en muchas otras ocasiones inventadas para conversar con él. Dejó dicho a su familia que nunca se le recordara en los aniversarios de su ausencia pero que, en cambio, aceptaba estar presente los 15 de agosto de cada año.
         Se le preguntó una vez si deseaba recomendar algo a los jóvenes poetas.
         "Para ser poeta se necesita mucho coraje, se necesita mucha profundidad, mucha dedicación. Es un oficio difícil. Difícil y sumamente peligroso porque se está, en un momento dado,  en que se juega con las palabras y no hay nada más peligroso que la palabra."
         Lo dijo un abogado; un poeta surrealista.

(Más, en el libro "Enrique Gómez-Correa. Arquitectura del escritor".)